12 de febrero de 2009

EL PREDICADOR

Cuando llegó a la aldea, todo el mundo fue a escuchar su charla. El tiempo pasó, y cada vez reunía a menos gente, hasta que el predicador quedó solo, hablando a los árboles y a los pájaros. Sin embargo, día tras día, volvía a armar su pequeña tarima en el mismo lugar, y volvía a declamar su doctrina con el mismo calor y convicción de la primera vez. A la hora señalada, los aldeanos abandonaban la plaza, y sólo regresaban cuando él se retiraba. Meses más tarde, un hombre se quedó a esperarlo. ¿ Por qué insistes en hablar de algo que nadie cree y ni siquiera oye? Lo interrogó. No hablo para convencerte a ti, ni a tu pueblo. Hablo para no olvidar mi doctrina. Pequeñas Historias para grandes momentos. Walter Salama

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