14 de febrero de 2009

LA ULTIMA CARTA DE UN CAMIONERO

El cerro Steamboat tiene fama de asesino entre los camioneros que transportan cargas por la autopista de Alaska, por eso lo tratan con respeto, sobre todo en el invierno, cuando el camino se curva y serpentea por la montaña, y al costado de la ruta congelada caen a plomo empinados barrancos. Allí se han perdido incontables camiones con sus choferes, es probable que muchos más sigan sus huellas. En un viaje por la autopista, me encontré con la Real Policía Montada de Canadá y varias unidades de salvataje, que remolcaban los restos de un camión desde el fondo de un profundo barranco. Después de estacionar mi equipo, me acerqué al grupo de camioneros que observaban en silencio los despojos del accidente. Uno de los policías montados se acercó a nosotros para decirnos, en voz baja: Lo siento. El conductor estaba muerto cuando lo encontramos. Debe haber caído por la cuesta hace dos días, cuando hubo una gran tormenta. No había muchas huellas. De pura casualidad detectamos el reflejo del sol en un fragmento de cromo. Meneando la cabeza, revisó el bolsillo de su parka. Tomen esto, creo que deberían leerlo. Supongo que vivió un par de horas antes de que el frío acabara con él. Nunca había visto lágrimas en los ojos de un policía, siempre pensé que, habiendo presenciado tanta muerte y desesperación, estaban inmunizados. Pero aquél se secó las lágrimas al entregarme la carta. Al leerla me eché a llorar. Cada uno de los camioneros leyó también en silencio aquellas palabras antes de volver lentamente a su vehículo. Esa carta me quedó grabada en la memoria a tal punto que, pasados los años, sigue tan vívida como si aún la tuviera en mis manos. Quiero compartirla contigo y su familia: Diciembre de 1974 Amor mío: esta es una de las cartas que ningún hombre quisiera escribir, pero tengo suerte de tener algo de tiempo para expresar lo que tantas veces he olvidado decir. Te quiero, corazón. Solías decir, en broma, que yo amaba más al camión que a ti, porque pasaba más tiempo con él. Amo este pedazo de hierro, sí, se ha portado bien conmigo. Me acompañó en momentos y en lugares difíciles. Siempre podía contar con él para los viajes largos y era veloz en las rutas. Nunca me abandonó. Pero ¿sabes una cosa? A ti te amo por las mismas razones. También me acompañaste en los tiempos y en los lugares difíciles. ¿ Te acuerdas de mi primer camión, ese viejo cascajo que nos arruinaba, pero con el que siempre ganaba lo suficiente para parar la olla? Tú saliste a trabajar, para que pudiéramos pagar el alquiler y las cuentas. Cada centavo que yo ganaba se lo llevaba ese camión, tu sueldo cubría la comida y el techo. Yo me quejaba del camión, en cambio no recuerdo que tú lo hayas hecho alguna vez, cuando volvías cansada del trabajo y yo te pedía dinero para volver al camino. Si te quejaste, no te escuché. Estaba demasiado sumido en mis problemas para pensar en los tuyos. Ahora pienso en todas las cosas a las que renunciaste por mí. La ropa, las vacaciones, las fiestas, las amigas. Nunca te quejaste. Y yo, por algún motivo, nunca te di gracias por ser como eres. Cuando tomaba café con los muchachos hablaba de mi camión, del equipo, de las cuotas. Me olvidé de que eras mi socia, aun cuando no estuvieras a mi lado en la cabina. Fue gracias a tu sacrificio y tu decisión, no solo por los míos, que finalmente llegó el camión nuevo. Yo estallaba de orgullo por ese camión. También estaba orgulloso de ti, pero nunca te lo dije. Daba por sentado que lo sabías, pero si te hubiera dedicado tanto tiempo como a lustrar los cromados tal vez te lo habría dicho. En todos esos años de gastar el pavimento, siempre supe que me acompañabas con tus oraciones. Pero esta vez no alcanzaron. Estoy herido y es grave. He recorrido mi último kilómetro. Por eso quiero decir las cosas que debieron decirse muchas veces. Las que quedaron olvidadas porque estaba muy ocupado con el camión y el trabajo. Pienso en los aniversarios y cumpleaños sin mi presencia. En los actos escolares a los que fuiste sola, porque yo estaba en la ruta. Pienso en las noches que pasaste sola, preguntándote dónde estaría yo, cómo irían las cosas.. Pienso en todas las veces en que se me ocurrió llamarte, sólo para decirte hola, y luego no lo hice. Pienso en la tranquilidad de saber que me esperabas en casa, con los chicos. Y tantas cenas familiares en las que debiste justificar mi ausencia: que estaba ocupado cambiando el aceite, buscando repuestos o durmiendo para salir temprano al día siguiente. Siempre había algún motivo, pero ahora, no sé por qué, ya no me parecen tan importantes. Cuando nos casamos no sabías cambiar una lamparita. En un par de años eras capaz de reparar la caldera en medio de una ventisca, si yo estaba en la otra punta del país esperando una carga. Por ayudarme llegaste a ser buena en mecánica. Me llenaste de orgullo el día que trepaste a la cabina y diste marcha atrás sobre los rosales. También me sentía orgulloso cuando, al detenerme frente a casa, te encontraba dormida en el coche, esperándome. Ya fueran las dos de la mañana o las dos de la tarde, siempre te acicalabas como una estrella de cine para recibirme. Eres hermosa ¿ sabes? Creo que llevo mucho tiempo sin decírtelo, pero es cierto. En mi vida he cometido mucho errores, pero si alguna vez tomé una buena decisión, fue pedirte que te casaras conmigo. Nunca pudiste entender qué me mantenía montado a ese camión. Yo tampoco lo sabía, pero era mi manera de ganarme la vida y tú lo apoyabas. En las buenas y en las malas, siempre estabas allí. Te amo querida, y amo a los chicos. Me duele el cuerpo, pero más me duele el corazón. Cuando termine este viaje no estarás allí. Por primera vez desde que estamos juntos me encuentro solo y asustado. Te necesito mucho, pero sé que ya es tarde. Es curioso, pero ahora sólo tengo este camión. Este maldito camión que gobernó nuestra vida por tanto tiempo. Este montón de hierros retorcidos en el que pasé tantos años. Pero él no puede retribuirme el cariño. Sólo tú puedes hacerlo. Estás a miles de kilómetros de aquí, pero te siento conmigo. Veo tu cara, siento tu amor. Y tengo miedo de hacer solo el tramo final. Dile a los chicos que los quiero mucho. No dejes que los muchachos se ganen la vida al volante de un camión. Creo que eso es todo, corazón. !Cómo te quiero, Dios mío! Cuídate mucho y recuerda siempre que te amé como a nada en la vida. Sólo que me olvidé de decírtelo. Te amo Bill. Rud Kendall presentado por Valerie Teshima de Más chocolate caliente para el alma. Jack Canfield y Mark Hansen.

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