23 de septiembre de 2009

LA PUERTA

Un joven llegó hasta su casa y, al mirarse en los bolsillos, se dio cuenta que había perdido la llave de la puerta. Entonces empezó a preguntar a todos los viandantes si habían encontrado una llave. Nadie la había hallado. El hombre, muy desconsolado, comenzó a lamentarse en voz alta: ¿Qué haré ? ¡ Pobre de mi ! No puedo entrar en mi casa. La puerta no se puede abrir. ¿ Hasta cuándo tendré que estar aquí esperando?. Pasó otro joven por allí y escuchó los lamentos del muchacho. Se aproximó a él y colocó su mano franca sobre el hombre que se autocompadecía por su pérdida. Le dijo: Amigo, no te desanimes. ¿ Por qué tanta amargura y desconsuelo? Tu puerta está cerrada, pero esta es tu puerta y es tu casa. Sé paciente. No te angusties, no te dejes ganar por la zozobra. Si sabes esperar, tu puerta se abrirá y podrás penetrar en tu acogedora casa. Paciencia, pues, amigo mío. El joven que había perdido la llave, miró a los ojos de aquel desconocido. Era la mirada del que está solo, irremediablemente solo. En esos ojos insondables, había un destello de tristeza, sí, y de búsqueda sin encuentro, y del camino sin meta cercana, y de viaje sin término próximo. Y el desconocido agregó: Al menos tú, aunque cerrada, tienes una puerta y tienes una casa. ¡ Qué diera yo por tener una casa aunque su puerta estuviera cerrada! Tú amigo mío, no tienes llave porque la has perdido. Yo no tengo ni llave, ni puerta ante la que detenerme, ni casa en la que refugiarme. Y sin embargo, espero sin impacientarme. El Sabio declara: Si has encontrado tu vía, se paciente. Las puertas se cierran, pero esas mismas puertas se abren si eres paciente y perseveras en la búsqueda. De Cuentos del Tibet de Ramiro Calle

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