Ante un determinado problema, generalmente dudamos en involucrar a alguien más y abrirnos sinceramente. No creemos que otros puedan ayudarnos y -además- preferimos no adentrarnos en algo, cuyo resultado no podemos predecir. De esta manera, no compartimos por completo nuestros sentimientos, dilemas y luchas internas.
Cuando compartimos sólo en parte, los demás tienden a reaccionar con sus propios sentimientos, dilemas y luchas... En consecuencia, la verdadera intimidad de la comunicación no se produce y el entendimiento mutuo queda trunco.
Mientras más auténticos seamos, y nuestra comunicación sea más exacta, honesta y real, es más probable que se libere la energía necesaria para solucionar nuestros problemas. Una energía muy emocionante: aunque al principio no estemos muy seguros del resultado, si el entendimiento y el respeto mutuo se hacen presentes, siempre será mejor que antes... Mucho mejor de lo que pudiésemos haber logrado solos.
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