Consentido y muy arrogante, el joven hijo de un acaudalado empresario se mostraba sumamente preocupado. Su padre lo invita a conversar en privado, para ayudarlo a resolver sus problemas.
En esa conversación, franca y honesta, indagó y supo así que había aspectos de la vida de su hijo que no marchaban bien: se sentía insatisfecho con sus relaciones amorosas, con tener todo el dinero del mundo y no ser feliz, y con no encontrarle sentido a la vida.
- “Padre, no sé que hacer. Le doy vueltas a los problemas y no puedo resolverlos. Sé que tengo la dureza y el temple que heredé de ti, pero aún así, no consigo fortalecerme”.
Y el padre le dijo:
- “Querido hijo: la dureza no lo es todo. Imagina una gran placa de mármol, majestuosa, brillante… pero si la golpeas con una maza, se rompe en mil pedazos.
En cambio, el cuero es blando, y por más que lo golpees con fuerza, no se romperá. Entonces, prueba ser como el cuero: flexible y elástico ante los problemas, y verás como, de a poco, todo se solucionará”.
El hijo, emocionado, le agradeció con un fuerte abrazo. El padre le dijo, susurrándole al oído:
- “Y recuerda: confía en el proceso de la vida”.
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