Un joven quería convertirse en un gran leñador. Desde pequeño, oyó hablar del mejor talador de la zona.
Aquel hombre, a quien todavía no conocía, se había convertido, en sueños, en su ídolo.
Cierto día, caminando por un bosque, tuvo la oportunidad de conocerlo. Acercándose lentamente y con in disimulada admiración, el joven le dijo:
- “Quiero ser su discípulo. Desde siempre quise aprender a cortar árboles como lo hace usted. ¿Puedo ser su alumno?”
El leñador aceptó y durante algún tiempo le enseñó pacientemente.
A los pocos meses, el joven creyó que ya había aprendido todas las lecciones posibles, e, incluso, que había superado a su maestro. Al ser muchos años menor, se sentía vital, con más fuerza y más agilidad, por lo que dejó de estar a la par del leñador.
Llegado el próximo invierno, el joven se apresuró a inscribirse en el certamen de leñadores. Y para su sorpresa, el único rival iba a ser… su maestro.
Ambos aceptaron el desafío. Sería una competencia de varias horas para saber cuál de los dos era el mas hábil para cortar la mayor cantidad de árboles.
El joven comenzó a cortar con sumo vigor; entre árbol y árbol, observaba a lo lejos a su maestro, que permanecía sentado la mayor parte del tiempo.
El joven volvía a su tarea, seguro de vencerlo.
Al finalizar el día, el juez hizo el recuento de árboles, y, para gran sorpresa del aprendiz de leñador, el maestro había cortado mayor cantidad.
- “Esto no puede ser. Debe haber un error. ¡Siempre que lo miré estaba descansando!, dijo el joven, sin ocultar su furia.
- “Te equivocas, hijo” -respondió el maestro leñador-; “No estaba descansando, sino afilando mi hacha. Esa es la razón por la que tu has perdido”.
Moraleja: aprovecha las lecciones de la experiencia. La experiencia no es sólo lo que has conseguido, sino lo que has aprendido.
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