Se cuenta que Alejandro Magno, en una de sus campañas guerreras, se encontró con Diógenes, que tomaba el sol tranquilo y medio desnudo a la orilla de un río.
Alejandro, que no en vano había tenido como tutor al mismo Aristóteles y respetaba y secretamente envidiaba la sabiduría, había oído hablar de Diógenes, el filósofo que vivía en un tonel, y aprovechó la ocasión para acercarse a él en persona y conversar con él humildemente, volviendo a ser por un rato discípulo en medio de su gloria militar.
Con todo, no podía hacer esperar mucho tiempo a sus tropas, y al fin hubo de despedirse del filósofo. Tal fue la impresión que aquella breve conversación le había causado, que el conquistador de mundos dijo al sabio del tonel: «Me marcho, pues he de continuar con mis hazañas para la historia. Pero desde ahora ruego a los cielos que en la vida que me toque vivir en mi próxima encarnación no sea yo Alejandro, sino Diógenes».
Diógenes contestó: «¿Y a qué esperar para ello a tu próxima encarnación? Puedes serlo desde ahora si así lo deseas. El río es amplio, y el sol no escatima sus rayos. Hay sitio de sobra por aquí para otro tonel».
Y volvió a tumbarse al sol, mientras Alejandro montaba en su caballo.
Muchas veces se ha dicho que el hombre es el animal de las dilaciones. Difiere, aplaza, posterga.
Los demás animales actúan al momento, reaccionan al instante. Andan cuando quieren andar, y descansan cuando quieren descansar. Viven al día, al momento.
Los hombres, por el contrario, piensan que deberían darse un merecido y necesitado descanso, pero deciden que lo harán más adelante, y siguen trabajando; o, por el contrario, saben que deberían trabajar, pero deciden que ya lo harán más adelante, y siguen descansando cuando, por su propio bien, debieran ponerse a trabajar.
Acertar en lo que se debe dilatar y lo que debe hacerse de inmediato es un asunto importante.
Que no resulte que queremos cambiar, mejorar, liberarnos de los vicios que nos esclavizan..., pero para la próxima reencarnación.
Nos sucede entonces como a Alejandro, que con una plegaria a los dioses lo arregla todo, acalla su conciencia y sigue con sus conquistas.
En la práctica, mucha gente parece creer en la reencarnación. Y no solamente en el Oriente.
Alejandro, que no en vano había tenido como tutor al mismo Aristóteles y respetaba y secretamente envidiaba la sabiduría, había oído hablar de Diógenes, el filósofo que vivía en un tonel, y aprovechó la ocasión para acercarse a él en persona y conversar con él humildemente, volviendo a ser por un rato discípulo en medio de su gloria militar.
Con todo, no podía hacer esperar mucho tiempo a sus tropas, y al fin hubo de despedirse del filósofo. Tal fue la impresión que aquella breve conversación le había causado, que el conquistador de mundos dijo al sabio del tonel: «Me marcho, pues he de continuar con mis hazañas para la historia. Pero desde ahora ruego a los cielos que en la vida que me toque vivir en mi próxima encarnación no sea yo Alejandro, sino Diógenes».
Diógenes contestó: «¿Y a qué esperar para ello a tu próxima encarnación? Puedes serlo desde ahora si así lo deseas. El río es amplio, y el sol no escatima sus rayos. Hay sitio de sobra por aquí para otro tonel».
Y volvió a tumbarse al sol, mientras Alejandro montaba en su caballo.
Muchas veces se ha dicho que el hombre es el animal de las dilaciones. Difiere, aplaza, posterga.
Los demás animales actúan al momento, reaccionan al instante. Andan cuando quieren andar, y descansan cuando quieren descansar. Viven al día, al momento.
Los hombres, por el contrario, piensan que deberían darse un merecido y necesitado descanso, pero deciden que lo harán más adelante, y siguen trabajando; o, por el contrario, saben que deberían trabajar, pero deciden que ya lo harán más adelante, y siguen descansando cuando, por su propio bien, debieran ponerse a trabajar.
Acertar en lo que se debe dilatar y lo que debe hacerse de inmediato es un asunto importante.
Que no resulte que queremos cambiar, mejorar, liberarnos de los vicios que nos esclavizan..., pero para la próxima reencarnación.
Nos sucede entonces como a Alejandro, que con una plegaria a los dioses lo arregla todo, acalla su conciencia y sigue con sus conquistas.
En la práctica, mucha gente parece creer en la reencarnación. Y no solamente en el Oriente.
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