"Se cuenta que un rico comerciante, que acostumbraba a organizar competiciones en las que siempre resultaba ganador, alojó en su casa a un sabio sufí.
Ese día se esperaban lluvias acompañadas de tormentas, así que el reto consistió en una carrera para ver quien llegaba seco a la meta.
El anfitrión se quedó el caballo más veloz y al sabio sufí le dio por montura un caballo muy lento. El sabio, sin embargo, no dijo palabra y muy pronto comprobó cómo los demás participantes se distanciaban, perdiéndose de vista con el anfitrión a la cabeza. Pero enseguida comenzó a llover intensamente y todos terminaron empapados, a pesar de la velocidad alcanzada por sus monturas. El sabio sufí que se había quedado rezagado, en cuanto comenzó a llover se quitó todas sus ropas, las dobló cuidadosamente y se sentó encima de ellas. Cuando cesó la lluvia, se vistió nuevamente y llegó a la meta completamente seco. Quizás la lluvia no ha caído en todas partes,… ¡qué mala suerte! … si me hubiera quedado con el caballo más lento ahora sería el ganador, … -pensó el dueño de la casa.
Al día siguiente, el tiempo era similar, había riesgo de tormenta, y de nuevo se convocó otra carrera. Esta vez el anfitrión le dio al sufí un caballo rápido y se reservó para sí, el lento. Pronto se puso a llover y el anfitrión se mojó aún más que el día anterior. El sabio, sin embargo, repitió la misma operación y llegó el primero, completamente seco.
Ante la curiosidad de todos los participantes, el sabio sufí explicó: Ir rápido o lento no era algo que podía controlar, tampoco podía dirigir el curso de la tormenta, pero supe discernir lo que sí estaba en mi mano: mantenerme seco."
(Adaptación de un cuento sufí)
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