7 de julio de 2010

El PAIS SIN PUNTA

Juanito Pierdedía era un gran viajero. Viaja que te viaja, llegó una vez a un pueblo en que las esquinas de las casas eran redondas y los techos no terminaban en punta, sino en una suave curva. A lo largo de la calle corría un seto de rosas, y a Juanito se le ocurrió ponerse una en el ojal. Mientras cortaba la rosa estaba muy atento para no pincharse con las espinas, pero en seguida se dio cuenta de que las espinas no pinchaban; no tenían punta y parecían de goma, y hacían cosquillas en la mano.

-Vaya, vaya -dijo Juanito en voz alta.

De detrás del seto apareció sonriente un guardia municipal.

-¿No sabe que está prohibido cortar rosas?

- Lo siento, no había pensado en ello.

- Entonces pagará sólo media multa - dijo el guardia, que con aquella sonrisa bien habría podido ser el hombrecillo de mantequilla que condujo a Pinocho al País de los Tontos.

Juanito observó que el guardia escribía la multa con un lápiz sin punta, y le dijo sin querer:

- Disculpe, ¿me deja ver su espada?

-¡Cómo no! -dijo el guardia.

Y, naturalmente, tampoco la espada tenía punta.

-¿Pero qué clase de país es éste? - preguntó Juanito.

- Es el País sin punta - respondió el guardia, con tanta amabilidad que sus palabras deberían escribirse todas en letra mayúscula.

- ¿Y cómo hacen los clavos?

- Los suprimimos hace tiempo; sólo utilizamos goma de pegar. Y ahora, por favor, déme dos bofetadas. Juanito abrió la boca asombrado, como si hubiera tenido que tragarse un pastel entero.

- Por favor, no quiero terminar en la cárcel por ultraje a la autoridad. Si acaso, las dos bofetadas tendría que recibirlas yo, no darlas.

- Pero aquí se hace de esta manera - le explicó amablemente el guardia-. Por una multa entera, cuatro bofetadas, por media multa, sólo dos.

-¿Al guardia?

- Al guardia. - Pero esto no es justo; es terrible.

- Claro que no es justo, claro que es terrible - dijo el guardia -. Es algo tan odioso que la gente, para no verse obligada a abofetear a unos pobrecillos inocentes, se mira muy mucho antes de hacer algo contra la ley. Vamos, déme las dos bofetadas, y otra vez vaya con más cuidado.

- Pero yo no le quiero dar ni siquiera un soplido en la mejilla; en lugar de las bofetadas le haré una caricia. - Siendo así - concluyó el guardia-, tendré que acompañarle hasta la frontera.

Y Juanito, humilladísimo fue obligado a abandonar el País sin punta. Pero todavía hoy sueña con poder regresar allí algún día, para vivir del modo más cortés, en una bonita casa con un techo sin punta.

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