17 de noviembre de 2010

El grano de arroz

Si había un discípulo que realmente era un holgazán recalcitrante, ése era él. Se limitaba a escuchar las enseñanzas espirituales de su mentor, pero nunca las llevaba a la práctica. Era sumamente perezoso. Una cosa era escuchar, pero otra, era practicar. Prefería dejarse arrastrar por la pereza, aunque él mismo se percataba de que cada día estaba más distante de la armonía y de la paz interior. Entonces decidió ir a hablar con el maestro al respecto.

-Eres muy buen mentor -dijo con un toque de ironía e incredulidad-, pero el caso es que no avanzo gran cosa en la senda hacia la perfecta serenidad.

-Yo te daré el remedio -repuso el maestro-, mas antes quiero que entierres este grano de arroz que te doy y cuando germine y brote, te explicaré el porqué de tu demora.

El discípulo plantó el grano de arroz. Transcurrió el tiempo. A una estación seguía la otra y así sucesivamente, pero el grano de arroz no brotaba y el discípulo había comenzado a desesperarse. Desolado, acudió a hablar con su maestro y le dijo:

-No lo puedo entender. Ha pasado mucho tiempo y el grano de arroz no brota.

-¿Y no sabes por qué? -preguntó el mentor.

-Pues no.

-Simplemente, porque se trataba de un grano cocido. No puede brotar, como tú no puedes avanzar hacia la paz interior si no haces ningún esfuerzo ni sigues ninguna práctica.

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