En el desierto, las frutas eran raras. Dios llamó a uno de sus profetas y le dijo:
- Cada persona solo puede comer una fruta por día.
La costumbre fue obedecida durante generaciones, y así se preservó la ecología local. Como las frutas restantes daban semillas, surgieron otros árboles. Pronto toda la región se transformó en un suelo fértil, envidiado por las otras ciudades.
El pueblo, no obstante, continuaba comiendo una sola fruta diaria, fiel a la recomendación formulada por un antiguo profeta a sus antepasados. Además, no dejaban que los habitantes de otras aldeas se aprovecharan de la abundante cosecha que se obtenía todos los años.
El resultado era uno solo: las frutas se pudrían en el suelo.
Dios llamó a un nuevo profeta y le dijo:
- Deja que coman las frutas que quieran. Y pide que compartan el hartazgo con sus vecinos.
El profeta llegó a la ciudad con el nuevo mensaje. Pero terminó siendo apedreado, puesto que la costumbre estaba arraigada en el corazón y en la mente de cada uno de los habitantes.
Con el tiempo, los jóvenes de la aldea comenzaron a cuestionarse sobre aquella costumbre bárbara. Pero como la tradición de los viejos era intocable, decidieron alejarse de la religión. Así podían comer todas las frutas que quisieran, y dar el resto a los que necesitaban alimento.
En la iglesia local, solo permanecieron los que se creían santos. Pero que, en realidad, eran personas incapaces de ver que el mundo se transforma, y que tenemos que transformarnos con él.
FUENTE: http://www.paulocoelho.com
“Guerrero de
Sant Jordi Asociados Agencia Literaria S.L
http://www.santjordi-asociados.com
Traducido por Montserrat Mira
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