Aprovecha el presente, de forma activa, y no lo dejes todo al futuro
Cuando éramos niños soñábamos con ser mayores para disfrutar plenamente de la vida y ser felices. Poder conducir una moto o un coche, tener novia, gozar de independencia... ser libres en una palabra. Así pasamos gran parte de nuestra adolescencia: ansiando «ser mayores». Y cuando ya lo somos nos obsesionamos con que seremos plenamente felices, no ahora, sino cuando accedamos a tal situación o tengamos no sé qué cosa. Así durante años. «Cuando me compre tal coche -pensamos-, consiga ese trabajo ideal, gane tanto dinero, tenga esa posición social y sea admirado por los que me rodean...». Nos convencemos de que nuestra vida será mucho mejor «después de...».
Entre las mujeres, en general, es muy llamativo el asunto del matrimonio. Con más o menos claridad he escuchado durante años la siguiente coletilla: «Cuando me case...», o bien: «Tengo que encontrar un hombre que me haga feliz». A las casadas les oigo decir: «Cuando tenga hijos...». A las que los tienen: «Qué feliz seré cuando estos niños se hagan mayores». Y así podríamos continuar con los «sueños» de él o de ella: «Cuando nos compremos una casa mayor», y una vez comprada: «Bueno, haber si adquirimos un chalet en el campo». Y cuando apenas lo hemos disfrutado: «Qué bueno sería si hiciéramos unas vacaciones al Caribe». Y una vez realizado: «Qué felices seríamos si estuviéramos ya jubilados, sin niños que cuidar». Pensamos que seremos felices cuando consigamos el siguiente sueño. Y así dejamos pasar la vida. Todos, en general, en mayor o menor grado, dejamos escapar la vida. No vivimos, sólo esperamos vivir. Nuestros días se resumen en atormentarnos por un pasado que ya se fue, y un futuro que todavía no tenemos. Nos prometemos un mañana mejor mientras vivimos el hoy. Un mal negocio para nuestra felicidad. Porque no hay mejor momento para ser feliz que hoy, que ahora mismo.
He leído en alguna parte que «no hay un luego, ni un después, ni un camino para la felicidad, sino que la felicidad es el camino». Así que es mejor que dejemos de lado esas pensamientos que nos dicen que «la vida será mejor cuando...»: tengamos novia o novia, nos saquemos el carné de conducir, cumplamos nuestro sueño de participar en el rally Paris-Dakar, nos asciendan en el trabajo, nos concedan tal premio, nos casemos, tengamos tantos hijos, disfrutemos de una casa idílica, adquiramos tal coche último modelo, tengamos éxito en lo profesional, perdamos los quince kilos que nos sobran... No hay mejor momento que ahora para decidir ser feliz, porque la felicidad es un trayecto, no un destino.
Para mí la mejor metáfora que define la correcta visión de la felicidad es la del trayecto en tren. Subirse a un vagón en marcha viviendo minuto a minuto ese tiempo del viaje sin preocuparnos del destino; disfrutando de ese momento sin estar angustiado, consumiendo el tiempo, todo el minutero, adelantando la parada final en nuestra mente, pensando obsesivamente en ese destino. Y es que la felicidad es un trayecto, no un destino.
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