6 de septiembre de 2010

El Maestro Obaku

El Maestro Obaku se había convertido en un maestro célebre en toda China. Su madre, una anciana ciega que no lo había vuelto a ver desde que se fue para ser un monje zen, deseaba volver a encontrarlo aunque sólo fuera una vez antes de morir. No conseguía saber donde éste se encontraba, ya que Obaku estaba viajando continuamente.

La anciana, entonces, se estableció a la orilla de un río caudaloso, en el muelle donde la barca trasladaba a los viajeros de una orilla a otra. Hacía trabajos humildes, como vender los pasajes para la barca, y dar masajes en los pies y tobillos de los viajeros fatigados. De esta manera esperaba encontrar a su hijo. Pues aunque ella no podría verle, sí que podría reconocer las características cicatrices que Obaku tenía en los pies y que ella había acariciado muchas veces en la infancia de éste, cuando ella era joven y aún veía.

Por fin, un día, Obaku llegó al embarcadero. La madre, por intuición, asió el pie de su hijo y lo reconoció. Gritó:

¡Dime tu nombre! ¿Eres Obaku?, ¡Porque si es así, yo soy tu madre. ..

Pero Obaku, sin detenerse, subió a la barca sin hacer caso de las súplicas de la anciana.

Un discípulo de Obaku le dijo a ésta, que efectivamente, el que acababa de subir a la barca era Obaku. Entonces la anciana, corriendo llena de alegría, quiso subir a la barca, pero ya ésta había empezado a moverse y la pobre mujer que por su ceguera no se había dado cuenta del peligro, cayó al agua y se ahogó.
Obaku, por todo comentario, dijo lo siguiente:

La madre que trae al mundo un hijo que llega a ser un monje verdadero, renace en el reino celestial cuando muere.

Casi todos los que lo oyeron pensaron que Obaku no estaba demasiado cuerdo, pero Obaku, en ese instante preciso, contemplaba cómo su madre subía al cielo.

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