En una aldea de pescadores, una muchacha soltera tuvo un hijo y, tras ser vapuleada al fin pudo revelar quién era el padre de la criatura:
Era el maestro Zen, que se hallaba meditando todo el día en el templo situado en las afueras de la aldea.
Los padres de la muchacha y un numeroso grupo de vecinos se dirigieron al templo, interrumpieron bruscamente la meditación del Maestro, censuraron su hipocresía y le dijeron que, puesto que él era el padre de la criatura, tenía que hacer frente a su mantenimiento y educación.
El Maestro respondió únicamente: “Muy bien, muy bien. ..”.
Cuando se marcharon, recogió del suelo al niño y llegó a un acuerdo económico con una mujer de la aldea para que se ocupara de la criatura, la vistiera y la alimentara.
La reputación del Maestro quedó por los suelos. Ya no se le acercaba nadie a recibir instrucción.
Al cabo de un año de producirse esta situación, la muchacha que había tenido el niño ya no pudo aguantar más y acabó confesando que había mentido. El padre de la criatura era un joven que vivía en la casa de al lado.
Los padres de la muchacha y todos los habitantes de la aldea quedaron avergonzados. Entonces acudieron al Maestro, a pedirle perdón y a solicitar que les devolviera el niño.
Así lo hizo el Maestro y todo lo que dijo fue: “Muy, bien, muy bien. ..”.
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