Este
era un rey muy querido en toda su comarca.
Como
pocos gobernantes, era querido por ricos y pobres, y no necesitaba de escolta
ni guardias de seguridad.
Tampoco
su castillo tenía protecciones de agua, puentes levadizos ni muros de
protección.
El
monarca salía todos los domingos al mercado del pueblo y compartía con todos
loa aldeanos muy amigablemente.
Pero
tenía un pequeño gran problema, cada vez que salía de paseo, se rompía los pies
y le quedaban sangrando con muchas heridas, ya que el camino estaba construído
sobra base de roca, y en múltiples partes eran filosas y tenían aristas
pequeñas que rompían sus pies.
Decidió
juntar a todos los zapateros de la comarca, y les propuso que ensuelaran el
camino al pueblo, de tal manera que al caminar sobre una suela muy gruesa, sus
pies no sufrieran.
Los
zapateros accedieron gustosos, sabiendo que era un trabajo de chino, pero como
querían mucho a su rey, le dieron en el gusto.
Se
demoraron mucho tiempo en concluir el camino de suela, cuando estuvo terminado
el rey estaba fascinado con el resultado, tanto así que iba varias veces a la
semana al pueblo y estaba muy feliz.
Pero
como la ley de las satisfacciones dice que “Las curva de satisfacciones del ser
humano tiende a infinito”, le surgió la idea de hacer otros caminos para
visitar las comarcas vecinas. Los zapateros trabajaron varios años para dar
gusto a los caprichos de su amado rey.
Un
buen día, un maestro Zen que venía de vuelta de su peregrinaje en las montañas,
pasó a saludar al rey y éste le ofreció hospedaje. El maestro aceptó gustoso la
invitación y se quedó varios días disfrutando de las atenciones del rey. Cuando
llegó el momento de la partida, se fué a despedir del monarca, y éste muy
orgulloso le mostró su obra desde las ventanas de su alcoba real.
Cuando
el maestro zen vió los camino interminables y perfectamente ensuelados, estalló
en carcajadas de risa, y no paraba de gritar y llorar de la risa. El rey
indignado le preguntó por qué se reía, y el maestro le dijo: “porque usted es
un estúpido”. El rey se indignó y lo mandó detener y encarcelar porque había
insultado a su majestad, y además muy mal agradecido, sin embargo el maestro no
paraba de reír.
Cuando
se lo llevan amarrado, el rey le dijo a sus guardias ¡alto, deténganse!, y le
preguntó al maestro por qué se reía tanto.
El
maestro lo miró fijo a los ojos y le dijo:
“Usted
es un tonto”, bastaba con que se hubiera puesto suela en la planta de los pies
y habría tenido su problema resuelto.
“La
curación a nuestros males está en sanarse uno mismo y no tratar de sanar a los
demás”
El
rey lo nombró su consejero real.
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