22 de diciembre de 2010

EL SAMURAI Y EL GATO

Un samurai pescaba a la orilla de un río. Llevaba un buen rato sin que picase nada, cuando de pronto un gran pez tragó el anzuelo.

Muy contento, se disponía a guardarlo en su cesta, pero entonces, súbitamente, un gato que estaba escondido entre los juncos de la orilla, de un zarpazo, le arrebató el pez y se escondió entre la maleza para devorarlo.

El samurai, lleno de ira, desenvainó su sable y de un certero tajo, le cortó la cabeza al animal. Pero una vez que su furor se hubo disipado, percatándose de la vileza de su acción, se avergonzó profundamente y un gran remordimiento hizo presa en él.

Este samurai era un ferviente budista, y la muerte del indefenso gato a sus manos por culpa de su cólera incontrolada, le produjo una profunda angustia.

De regreso a su casa, el agua del río le decía ¡Miau!, el viento entre los árboles le musitaba ¡Miau!, la gente que pasaba le saludaba ¡Miau!, su esposa, sus hijos, cuando llegó a su hogar, le recibieron con un ¡Miau!. Se acostó y al cerrar los ojos ¡Miau!, al amanecer los pájaros en la ventana ¡Miau!

El samurai, desesperado, no podía librarse del obsesivo recuerdo del gato. Entonces se acordó de un viejo maestro zen que vivía cerca de su casa.

Fue a verlo y le contó el lamentable incidente y sus penosas consecuencias.

El maestro lo miró de arriba a abajo y le dijo:

Eres despreciable. Es inaudito que un guerrero como tú, no pueda librarse de su obsesión. No eres un samurai. Mereces la muerte. Tendrás que hacerte el harakiri, pero como soy una persona compasiva, te voy a ayudar a morir. En el momento en que hundas tu espada en el vientre, te cortaré la cabeza para que sufras menos.

El samurai estuvo de acuerdo, y después de agradecer al maestro su gran compasión, se dispuso para la ceremonia. Este se colocó detrás de él con la espada preparada para cortarle el cuello en el momento preciso.

¿Estás preparado?

Sí, maestro.

Empieza, pues.

El samurai apoyó el filo de su espada bajo el ombligo y aspirando profundamente comenzó a empujar hacia dentro...

¡Un momento...!

¿Sí, maestro?

¿Oyes ahora el maullido del gato?

No

Pues si ya no lo escuchas, no es necesario que mueras.

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