Sin embargo, al otro día, de nuevo estaba cantando con toda su alma. ¡Y qué forma tan pura y tan inspirada de cantar! Toda la gente se puso a corearle y, mientras duró el cántico, sus corazones se hicieron tan puros como el suyo, y sus espíritus igualmente invencibles. Los guardianes estaban tan enojados que le arrancaron la lengua. Sobre el campo de concentración cayó un espeso silencio, algo indefinible; por fin, para asombro de todos, al día siguiente estaba allí de nuevo el cantor lleno de alegría, balanceándose y danzando a los sones de una silenciosa música que sólo él podía oir. Y al poco tiempo todo el mundo estaba alzando sus manos y danzando en torno a su sangrante y destrozada figura, mientras los guardianes se habían quedado inmovilizados y no salían de su estupor.
7 de agosto de 2010
PARÁBOLA DEL PRISIONERO DEL CAMPO DE CONCENTRACIÓN
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